miércoles, 13 de abril de 2016

¿UNA DIETA PERFECTA? ¿PARA QUIÉN?

   "Me gustaría poder decir que existe la dieta perfecta, pero quién podría aprovecharse de sus virtudes cuando la imperfección es la huella dactilar que define nuestra idiosincrasia. Si ella existiese, sin duda se transformaría en dulce veneno al contacto con nuestros labios..."

   Por regla general, el término perfecto o ideal suele emplearse para referirse a cuestiones que se alejan de lo mundano, o bien, para tratar de expresar la esencia que define a una pluralidad de individuos..., pero, por desgracia, los hay que se apropian del término como ardid, al estilo de "receta crecepelo" o "curalotodo", y que generalmente conlleva aparejado un pago económico, aunque no siempre, porque también se admite la salud como parte de esa transacción. Pero fuera de los casos mencionados, cuando algo viene imbuido de idealidad, perfección o universalidad debemos mostrarnos cautelosos porque recetas de ese calado suelen pintar el mundo en blanco y negro, olvidando casi siempre mencionar los tonos grises, que son los que realmente nos interesan. Por eso creo que uno de los mayores retos al que debemos enfrentarnos en la vida es el propio conocimiento o autoconocimiento, que no es otra cosa que la búsqueda del tono gris, aquel con el que la realidad nos "pinta", porque no sólo nos define sino que también nos permite entender el mundo que nos rodea con una mirada interior. 

  Pero pongamos los pies en el suelo, aunque tampoco mucho... Podríamos considerar la paleodieta (qué poco me gusta el término) como la forma de alimentarse de un hombre supuestamente ideal (que no lo fue), dotado de una extremada flexibilidad metabólica, capaz de obtener rédito en circunstancias altamente cambiantes, y que ese mérito en cierto modo podría ser atribuido al funcionamiento inusitadamente eficiente de las billones de células que lo conformaban. Pero, esta visión cuantitativa y cualitativa de sus mínimas unidades funcionales sería injusta con otros cuantos billones de diminutos moradores..., claro, hablo de bacterias.  Ellas evolucionaron con nuestras células en una especie de "mestizaje" genético que reprogramó nuestro sistema inmune y metabolismo para hacernos no solo más eficiente en el uso de los alimentos, sino también más resistentes ante las enfermedades. Ese equilibrio entre células y bacterias representa el culmen de millones de años de evolución, de una lucha sin cuartel entre células y microorganismos primitivos que se convirtieron finalmente en los fieles aliados en un largo viaje compartido.

   Una alimentación, sea esta la que sea, no debe obviar nunca este maridaje simbiótico que se estableció entre células y bacterias. No se trata únicamente de nutrir los procesos que favorecen la obtención de energía en las mitocondrias, o la de suministrar las moléculas o micronutrientes necesarios para los procesos de reparación, proliferación y crecimiento celular. Nuestra alimentación también debe servir para nutrir a esas bacterias simbióticas que tanto beneficio nos reportaron durante millones de años. En realidad, esa visión simbólica de superhombre que habitualmente se emplea para mencionar a nuestro antepasado de las cavernas no podría ser entendida si nos despojáramos de los privilegios que ellas otorgaron. Y son muchos, no sólo por la capacidad de hacer aprovechable alimentos que a nuestro sistema digestivo le hubiese resultado imposible degradar, reintegrando valiosísimas calorías en forma ácidos grasos de cadena corta y que sirvieron también para mantener la integridad de nuestra mucosa intestinal; o contribuyendo a la formación de vitaminas como la biotina, la tiamina, el ácido fólico o la vitamina k2 necesarias para el metabolismo de la grasas, aminoácidos o glucosa, así como la integridad de nuestras arterias entre otras muchas, sino que, con su asentamiento equilibrado, es decir, reconocido por nuestro sistema inmune, se impidió el establecimiento y desarrollo de otros microorganismos patógenos. Esto sería como tener dos cuerpos de policía diferentes luchando cada uno con sus propios recursos ante un enemigo común, aunque por motivos diferentes. Necesitamos que esta microbiota se mantenga inalterable, pase lo que pase. 

    Los cambios en el entorno ocurridos de manera natural o posibilitados por la propia mano del hombre producen transformaciones selectivas en la microbiota intestinal. Y, en este sentido, un primer "azote" tuvo que venir, sin duda, con la utilización del fuego para cocinar hace más de 300.000 años, al posibilitar la introducción de ciertos carbohidratos fibrosos que hubiesen resultado de otro modo indigeribles, mejorando también el aprovechamiento de las proteínas animales, pero su uso, además, redujo la carga parasitaria y bacteriana en el contenido de sus alimentos, lo que sin duda debió provocar cambios en la composición en aquella originaria microbiota intestinal. Un segundo azote debió surgir en el neolítico con la introducción de los cereales, las legumbres o productos lácteos. Lógicamente el sistema inmune, a través de receptores de reconocimiento de patrones bacteriano (receptores tipo Toll), debió percibir todos estos movimientos en la calidad y cantidad de la microbiota intestinal desencadenando una respuesta inmune y con ello un aumento de la expresión de citoquinas inflamatorias como IL-1β, IL-6 y TNFα, pero la progresividad y la dilatación en el tiempo, debieron haber permitido el silenciamiento paulatino de esos genes inflamatorios, hasta alcanzar un nuevo estado equilibrio. Pero cuando parecía que la historia iba a tener un final feliz, la mayor revolución de todas estaba por venir. Desde principios del siglo pasado (aunque iniciado antes, con la revolución industrial) hasta nuestros días, las transformaciones en nuestra alimentación y entorno han sido tan dramáticas que las consecuencias devastadoras en nuestra salud no han tardado ni unas pocas décadas en asomar.

    Al aumento exponencial en el consumo de azúcar, fructosa, aceites vegetales hidrogenados, margarinas, etc, habría que añadir otros cambios no menos importantes, como el uso masivo de antibióticos, los partos por cesárea, los productos de higiene moderna, la falta de lactancia materna, el estrés crónico, el sedentarismo etc, etc. Todo esto posibilitó una transformación sin precedentes del microambiente intestinal, causando en algunos casos una alteración patológica de la flora o disbiosis. Y, lo que parecía una simple piedra en el camino, resultó ser solo la punta de un iceberg de dimensiones colosales;  y enfermedades o patologías como el reflujo gastroesofágico, la enfermedad inflamatoria intestinal, la enfermedad celiaca, las alergias, el asma, el síndrome metabólico, las enfermedades autoinmunes, la obesidad, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares, por poner unas pocas, constituyen palabras de un lenguaje, demasiado cotidiano, que evidencian las consecuencias directas de dicha alteración. Y esto no ha hecho nada más que empezar.

    Hemos de entender que cualquier cambio que se produzca en nuestro entorno repercute directamente en ese ecosistema intestinal alterando la convivencia pacífica entre células y bacterias. Cualquier transformación podría ofrecer una ventaja selectiva para el establecimiento de microorganismos patógenos o facilitar el desarrollo de unas algunas bacterias frente a otras

      En realidad, el hombre del paleolítico no fue un hombre excepcional, lo que fue excepcional fue su entorno, eso es lo que nos diferencia realmente. Lógicamente, el mundo es el que es..., pero no por ello debemos asumir con resignación nuestra suerte, algo se puede hacer, y se debe hacer. ¡Por supuesto!

      Un primer paso es tomar conciencia del riesgo que comporta el uso "caprichoso" de antibióticos; y aunque los médicos cada vez son más reticentes a su uso por la creación de bacterias ultrarresistentes (aquí), todavía su utilización sigue siendo bastante generalizada. Debemos entender que la susceptibilidad de cada microorganismo al antibiótico es diferente, esto posibilitará que algunas especies disminuyan e incluso desaparezcan, mientras que otras se harán resistentes aumentando su abundancia relativa en el ecosistema microbiano. Y, aunque suele recuperarse la microbiota original una vez terminado el tratamiento, en otras muchas ocasiones, sobre todo cuando su uso es prolongado y repetitivo, la perdida puede llegar a ser permanente. Además los genes de resistencia que se crean en estas bacterias podrían persistir durante unos cuantos años una vez finalizada su toma (aquí). Es por ello que debemos ser muy escrupulosos con su uso, pero cuando no quede más remedio, trataremos por todo los medios de restaurar ese microambiente con probióticos, utilizando preparados comerciales y/o formas tradicionales de obtenerlos como el kefir, la kombucha, el chucrut, etc, y , por supuesto, mejorando nuestra alimentación para que los microorganismos beneficiosos que aún queden reciban la suficiente cantidad de fibra, a través de grandes cantidades de vegetales, ( también almidón resistente) de este modo alimentaremos selectivamente a nuestras malogradas bacterias simbióticas. Quién sabe, quizás el día de mañana las infecciones sean tratadas con determinadas cepas probióticas en lugar de seguir con los actuales tratamientos que arrasan con la flora intestinal. ¿Controlar bacterias con bacterias? Quien sabe.
    Pero, ¿podría hacer algo la paleodieta en esta situación tan catastrófica? Creo que determinadas interpretaciones de ella, no; ciertos alimentos paleolíticos seguro que sí. Bueno, me explico. Algunos de los alimentos consumidos principalmente por nuestros parientes prehistóricos estaría compuesto por algo así como semillas, frutos secos, raíces, tubérculos, frutas, carnes, pescados, mariscos, huevos, etc, etc; con esta lista de alimentos, muchos han tratado de construir una dieta a la que han llamado: PALEODIETA. 

   Pero, ¿acaso sabemos con exactitud la cantidad que de cada uno de estos alimentos se consumía? Entonces, ¿cómo podemos determinar un porcentaje de macronutrientes para confeccionar una hipotética dieta? Tenemos que tener en cuenta que sus alimentos podrían variar diariamente; de tal forma que, algunos días, su dieta estaría compuesta por vegetales, frutas y semillas, y otros, en cambio, por generosas raciones de carne. Pero, además, de esta variación circadiana, habría que añadir otra no menos importante, la estacional; lógicamente la anterior lista se encontrará restringida o incrementada en función de la época del año de la que se trate. Y, por último, tampoco resultan desdeñables las diferencias que se establecen en función de la latitud. No es lo mismo lo que originariamente debieron consumir la poblaciones próximas a los trópicos que en otras situadas al norte.  

    Pero además de no conocer con claridad esto, tampoco serían equiparable aquellos alimentos ancestrales con sus referentes actuales, no sólo por posibles diferencias en el contenido de micro y macronutrientes, sino también por la propia calidad del alimento. El entorno manda; y claro, puestos a buscar diferencias, tampoco somos exactamente iguales a los antiguos cazadores recolectores, puede que por fuera sí, pero por dentro ya no. Hemos pagado con creces nuestra pertenencia al mundo moderno. 
   
    Bueno, y con esta ambigüedad ¿cómo es posible construir una dieta? Ese el problema; en realidad, no podemos hablar de una PALEODIETA, sino de muchas, tantas como las que te permiten las infinitas combinaciones de sus alimentos. Cuando hablamos de una dieta concreta ya estamos discriminando las demás. Pero ¿con qué criterio? No podemos hablar de dieta para un colectivo, sino de ALIMENTOS para una individuo, los cuales deben servir para nutrir sus células y también bacterias.

   He hablado antes de los "tres azotes" que sufrieron nuestras bacterias durante nuestra evolución: la aparición del fuego, el neolítico y la revolución industrial. Muchos siempre creen que cualquier tiempo pasado fue mejor..., puede que para alguno sí, para otros, sin duda, que no. Pero, a lo que iba, si consideramos que esos cambios paradigmáticos produjeron una transformación negativa de nuestro ambiente intestinal, ¿solucionaría esto, retrotraernos al estado previo? Sinceramente no lo sé. Aunque hay quien considera, en cierto modo, que sí, como podría ser el Dr. Jean Signalet. Hay muchas cosas que comparto, otras no (al menos hoy)

   Yo, hasta cierto punto, puedo tratar de obviar aspectos de los dos primeros azotes sufridos por el hombre en su evolución; del tercero, por supuesto que no. Por eso, no puedo justificar el consumo azúcares, fructosas, aceites refinados o alimentos altamente procesados como parte de una dieta habitual. Eso no puede ser considerado válido para nuestras células y ni mucho menos para nuestras bacterias.

  Si asumimos que el equilibrio se manifiesta con un estado carente de inflamación, lo que hoy se esboza es, precisamente, todo lo contrario. Y el componente inflamatorio es la pólvora con la que se disparan la mayoría de las enfermedades de la civilización moderna. ¿Hasta donde deberíamos retrotraernos en el tiempo para silenciar esos genes inflamatorios? Esa es una cuestión que debe resolver cada uno. Pero, es verdad que muchos de los alimentos surgidos con el "tercer azote", han desplazado a los del "segundo", y estos a su vez a los del "primero", de tal forma, que poco espacio queda ya en nuestra dieta para muchos de los alimentos paleolíticos. 

   Pero, estos sucesivos desplazamientos, además, han producido algo que creo que es importante reseñar: el aumento extraordinario en el consumo de hidratos de carbono (aquí). Sustituir las fuentes vegetales y frutas, por hidratos más densos, como el de los cereales, aumenta el porcentaje relativo de estos en la dieta. Puede que esto no tenga mayor importancia si nuestra alimentación aporta las calorías adecuadas, nuestra microbiota intestinal no evidencia cambios inflamatorios y nuestra musculatura es especialmente activa; en caso contrario, podríamos tener problemas. Tenemos que entender varios puntos:
  1. LA INFLAMACIÓN CAUSA RESISTENCIA A LA INSULINA.
  2. LA RESISTENCIA A LA INSULINA IMPIDE UTILIZAR ADECUADAMENTE LOS HIDRATOS DE CARBONO.
  3. SI NUESTRO CONSUMO DE HIDRATOS DE CARBONO ES ELEVADO Y NUESTRA INFLAMACIÓN TAMBIÉN, ENTONCES NUESTRO HÍGADO DEBE CONVERTIR LA GLUCOSA NO CAPTADA, EN GRASA.
  En otras palabras, nuestra alimentación moderna, puede haber causado una alteración patológica de nuestra microbiota intestinal, produciendo un aumento de la expresión de citoquinas inflamatorias; y como ya sabemos, la inflamación te hace resistente a la insulina, afectando al metabolismo de la glucosa, si esta no puede entrar adecuadamente en el músculo acabará convertida en grasa. Al ser la dieta actual elevada en carbohidratos, precisamente, el macronutriente que no puede ser utilizado eficazmente, estamos promoviendo que una parte de lo consumido acabe convertido en grasa. No resulta extraño que la obesidad se haya convertido en una auténtica pandemia a nivel mundial. Y la obesidad no es inocua, tarde o temprano ella también contribuirá al "pool" inflamatorio empeorando aún más la situación.

    Por eso considero que la dieta debería ser más moderada en carbohidratos de lo que actualmente se recomienda, pero especialmente en personas obesas o con sobrepeso, pero también en aquellos aquejados de enfermedades inflamatorias, sean del tipo que sea. Y si consideramos que el envejecimiento está asociado con un incremento en la inflamación de bajo grado (aquí) creo que también podría ser pertinente una reducción en el porcentaje consumido. Además hay otra cosa que creo que resulta interesante, la inflamación también puede ser modulada por la composición de los ácidos grasos de la dieta. Y eso también se ha modificado, consumiéndose mayoritariamente grasas poliinsataurados tipo omega 6 en relación con el de Omega 3 (EPA y DHA).

   Ya para finalizar, decir que la inflamación también afecta al hipotálamo produciendo un desequilibrio en las señales que inducen hambre y saciedad, favoreciendo un estado de hiperfagia que propiciará un mayor consumo de calorías (aquí)

   Se quedan muchas cosas en el tintero, pero creo que este post ya es demasiado largo...

6 comentarios:

  1. "SI NUESTRO CONSUMO DE HIDRATOS DE CARBONO ES ELEVADO Y NUESTRA INFLAMACIÓN TAMBIÉN, ENTONCES NUESTRO HÍGADO DEBE CONVERTIR LA GLUCOSA NO CAPTADA, EN GRASA".

    Carlos tienes algún link o algo de información suplementaria sobre esto?

    Muchas Gracias

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    1. ¡Hola Ruben! Bueno, visto así de escueto puede parecer una afirmación un tanto controvertida. Sobre la resistencia a la insulina se ha escrito mucho, y más que se va a escribir. Seguramente si preguntas como se produce la resistencia a la insulina muchos te dirán que por un exceso de hidratos de carbono. Pero esto es sencillamente falso. Este es el problema de simplificar en exceso. Lo que no podemos hacer es confundir consecuencia, manifestada como intolerancia a los carbohidratos, con la causa. El problema de la RI es que es multifactorial, por lo que no debemos reducir las posibles causas a una sola con el fin de simplificar. Puede que sí haya una más relevante que las demás... En el post que escribí sobre HÍGADO GRASO, RESISTENCIA A LA INSULINA Y BACTERIAS, esbocé algunos de ellas, y no estaban todas: el estrés mitocondrial, la INFLAMACIÓN, las acilcarnitinas, las bacterias intestinales, la endotoxemia, la obesidad, los ácidos grasos libres, los diacilgliceroles, las ceramidas, los disruptores endocrinos, los macrófagos. Todas ellas pueden causar RI. Pero lo que sí parece claro es que la inflamación, venga esta de donde venga, produce resistencia a la insulina. De hecho la RI es un proceso bastante conocido por los médicos cuando tratan a enfermos con sepsis por su peor pronóstico.
      Entre esas citoquinas implicadas están las de siempre, TNF-a, IL-1B, etc. Incluso, en varios post mencioné la relación entre la periodontitis (la inflamación) y la resistencia a la insulina.
      http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3476901/
      Si damos por cierto todos esos estudios que relacionan la inflamación con la resistencia a la insulina, significa que la cascada de eventos que se producen en la célula una vez que la insulina se une a su receptor para propiciar la translocación de GLUT-4 a la supervise de la membrana queda interrumpida. Por lo que la glucosa no puede entrar en el interior de la célula, esto es corregido por una mayor segregación de insulina por parte del páncreas, pero tarde o temprano este se verá incapacitado para superar una resistencia a la insulina creciente, esto significa que la glucosa comenzará a aumentar en el torrente circulatorio, lo que favorecerá su captación hepática pues sus transportadores de glucosa (GLUT-2) son independientes a la insulina. ¿Y qué hace el hígado con este montón de glucosa? Lo convierte en grasa y lo deriva fuera, en partículas VLDL, pero tarde o temprano el flujo elevado de glucosa podría sobrecargar el hepatocito con un montón de grasa formada por lipogénesis de novo. Una vez que el hígado se convierte en graso también se hace resistente a la insulina, no para transportarla a su interior, como mencioné antes, sino que esta hormona no puede impedir la gluconeogénesis hepática, abriéndose una segunda vía de entrada de glucosa en la circulación. Empeorando cada vez más las cosas…
      En otras palabras cuanta menos glucosa toma el músculo más glucosa llega al hígado, y este a pesar de aumentar su uso, no tiene más remedio que transformar el excedente en grasa.
      Bueno, no sé si me he explicado, pero enlaces tienes en el post ese que mencioné antes.

      ¡Un saludo Ruben!

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  2. Genial artículo como todos los demás sigue así!

    Ahora quitándole zoom al asunto, hablando más desde una perspectiva de bosque más que de árboles, no crees que lo de "moderar el consumo de carbohidratos" es algo relativo? Recomendar de forma generalizada moderar el consumo de un sustrato me parece atrevido y que va en la misma línea de las recomendaciones que se dan actualmente (vamos a pasar de amar la leche el azúcar o el gluten a odiarlo como ya pasó con las grasas).

    No sería más idóneo empezar a pensar en ir disgregando e individualizando la alimentación cada vez más? No es lo mismo una persona sedentaria (cuyo consumo de hidratos debería ser bastante bajo pienso yo) que una persona que práctica ejercicio de alta intensidad (cuyo consumo de hidratos debería de ser más elevado, al menos los días que entrena).

    En cuanto a principios universales llámalo paleodieta, dieta ancestral, basada en la evolución...si que es cierto que de forma general se debería basar la alimentación en frutas, verduras y hortalizas, pero una vez superado este obstáculo habrá que determinar el estado hormonal del organismo, el deporte que realiza, adaptación fsiológica al gluten, legumbres, lácteos...y dejarle de decir a las población que porque a un grupo de 1000 personas/ratas en X país el gluten le provoca Y significa que a ti en base a tu regulación hormonal, epigenética etc, te tenga que afectar exáctamente igual.

    Aparte de ello luego también entran en la ecuación variables como la cultura, el entorno social, la psicología de cada uno que queramos o no también influyen en nuestra alimentación y pienso que incluso en como procesamos los alimentos.

    Parece que intento rizar el rizo, pero lo que pretendo es mostrar que centrarnos tanto en ciertos marcadores, alimentos que provocan un cambio en X molécula y tal, a nivel de investigación parecen muy interesantes y bonitos, pero realmente a nivel práctico sirven de algo? No deberíamos centrarnos también en la adherencia, modificar hábitos, educar desde pequeños, exigir ciencia basada en la evidencia y no en comisiones...

    Me gustaría saber su opinión al respecto sobre mi visión resumida de la nutrición en general, que se entienda que lo que defiendo es una visión más globalizada no que nada de lo nuevo descubierto sea erróneo.

    Un saludo Carlos!

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    1. ¡Hola Alejandro! Estoy bastante de acuerdo con todo lo que comentas, porque, en definitiva, es lo que siempre sugiero. Pero, al hablar de generalidades no me queda más remedio que seguir considerando una dieta alta en hidratos como una excepcionalidad más que una regla universal y válida para todo el mundo. Te explico el porqué.
      Como bien dices, lo más correcto sería planificar su justo consumo en función de las circunstancias de cada uno. Pero, considero que las actuales recomendaciones pueden resultar excesivas para muchas personas que NO exhiben la adecuada sensibilidad a la insulina. La inactividad física, el sobrepeso, la obesidad, la alteración de la microbiota intestinal, el envejecimiento, la inflamación…, son, por poner algunos ejemplos, circunstancias que modifican la adecuada utilización de los carbohidratos, por lo que un consumo amplio de este macronutriente podría resultar excesivo. Sin una adecuada sensibilidad a la insulina, cierta cantidad de este macronutriente, que no puede ser tomado por el tejido muscular, podría acabar convertida en grasa en el hígado y derivada al tejido adiposo en partículas VLDL. Lógicamente, si nuestra dieta es isocalórica o ligeramente restringida en calorías, los triglicéridos formados podrían ser utilizados posteriormente para obtener energía, y “no pasaría nada”. La dificultad la encuentro, más bien, en mantener siempre ese justo balance energético (o ligeramente restringido) para que se pueda movilizar posteriormente los triglicéridos formados de novo. Pero andar siempre contando calorías me parece una labor bastante complicada como para mantenerla de modo indefinido. Pero, además de la cuestión calórica, debemos tener también en cuenta que la alta frecuencia de comidas con dietas ricas en hidratos de carbono, impide una adecuada movilización de las grasas, al requerirse bajos niveles de insulina, por lo que solamente podríamos optar a ellas, de modo prioritario, durante las horas de sueño, pudiendo resultar, en muchos casos, insuficiente. Además, debemos pensar que el elevado consumo de carbohidratos podría estar desplazando el de otros macronutrientes y/o alimentos esenciales para mantener una correcta salud. La verdad es que es un tema bastante complejo…, pero, cuando la glucosa tiene dificultades para entrar en el tejido muscular, la insulina debe ser aumentada por el páncreas para superar dicha resistencia, este aumento de los niveles de insulina no es inocuo, ni mucho menos, y condiciona un cambio de agujas en nuestro metabolismo celular, facilitando los procesos que derivan en la formación de grasas y dificultando, en cambio, aquellos otros tendentes a su oxidación...

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    2. En cuanto a los cereales, yo, particularmente, no tengo nada en contra de ellos, pero creo, sinceramente, que no deberían encontrar el privilegio que las actuales pirámides nutricionales les otorgan. Es cierto que en determinados casos no los eliminaría completamente sin una causa justificada (y , en muchos caso, no la hay), pero el peso específico que adquieren en nuestra dieta es, desde mi punto de vista, demasiado elevado. En una sociedad donde las enfermedades metabólicas que pivotan en torno a la resistencia a la insulina se han convertido en una auténtica pandemia, debería reconsiderarse este privilegio, no porque estos sean malos “per se” (esto puede ser discutible), sino porque la alteración de nuestro metabolismo nos impide manejar amplias cantidades de carbohidratos. Solo cuando exhibimos una perfecta flexibilidad metabólica se podría pensar en elevar la relevancia de este macronutriente en la dieta, aunque, en esta situación, igual consideración podría tenerse elevar el consumo de grasas. Al final de lo que se trata, es de ajustar las calorías y/o macronutrientes a nuestra actividad física y/o particularidades metabólicas no sólo con el fin de mejorar nuestra composición corporal y/o rendimiento físico, sino lo que es más importante: potenciar la salud
      Sé que todo esto que comento puede resultar comprometido, pero soy el primero también en considerar las dietas cetogénicas (o muy bajas en hidratos de carbono) otra excepción a la regla. Encontrar el justo equilibrio es una cuestión compleja porque no se trata de un punto inamovible; el equilibrio es siempre dinámico, fluctúa en el tiempo y en función de circunstancias siempre cambiantes.
      Bueno Alejandro, muchas gracias por tu comentario, el cual comparto prácticamente en su totalidad.
      ¡Un saludo!

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    3. Gracias por tomarte la molestia en darme tan elaborada respuesta. Perfecta la explicación consigues detallar lo que yo aún por falta de conocimiento soy incapaz de precisar con tal exactitud. Totalmente de acuerdo con todo el chanchullo nutricional que existe a nivel mundial donde nos cuelan "tips/consejos/pirámides" que nada tienen que ver con la última evidencia científica sin conflictos de interés.

      Un saludo y nos seguiremos viendo por aquí!

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