martes, 8 de enero de 2013

LA DOBLE CARA DE LA RESISTENCIA A LA INSULINA

LA DOBLE CARA DE LA RESISTENCIA A LA INSULINA


  Para entender la evolución humana, hay que remontarse a un periodo muy difícil y complicado como fue el paleolítico, donde el ser humano tuvo que desenvolverse en un entorno hostil y plagado de peligros, con momentos en que la escasez de alimentos condicionaba enormemente la posibilidades de subsistencia. En éstas circunstancias tan penosas,  los organismos mejores dotados eran lo que conseguían  sobrevivir y transmitir a sus descendientes esas mejoras adaptativas.

   Una de éstas capacidades fue la resistencia a la insulina (RI); sí he dicho bien, la característica principal del Síndrome Metabólico que actualmente se ha convertido en el origen de la gran mayoría de los trastornos relacionados con la obesidad, en aquel entonces supuso un beneficio para aquellos habitantes del paleolítico.    Ésta resistencia a la insulina, tuvo su razón de ser en un momento donde las hambrunas y peligrosas infecciones conformaron una parte substancial de la existencia del hombre. Intentaré explicar ésto mejor, la RI fue una mejora adaptativa que logró asegurar la supervivencia y descendencia del ser humano con el fin de que la GLUCOSA fuese a parar aquellos tejidos realmente necesarios, en éste caso el CEREBRO, y además servir de sustrato preferente para  el desarrollo del feto, dotando a su vez a nuestro organismo de las condiciones más adecuadas para luchar contra infecciones.

   De éste modo, cuando se pasaban, como era habitual, muchas horas (y días) sin comer, el hígado y el riñón (éste último hasta un 40 % en ayunos prolongados)  por un proceso de gluconeogénesis mantenían la homeostasis glucémica,  siendo mucho más sencilla ésta labor si el tejido muscular y hepático eran capaces de mantener ésta resistencia a la insulina, pues de ésta manera podían utilizar con mayor efectividad los ácidos grasos provenientes del tejido adiposo, reservando la glucosa para el cerebro y los eritrocitos, que son los tejidos más dependientes de la glucosa (el cerebro necesita aproximadamente un 35-40% de glucosa, el resto puede ser suplido con cuerpos cetónicos). Ésta insulino-resistencia favoreció la acumulación de reservas en el tejido adiposo (gen ahorrador). Pero además de ésta cualidad, también debía presentarse cierta resistencia a la LEPTINA, que emitida por el propio tejido adiposo aseguraba que la saciedad fuese retardada, para que de éste modo se pudiese aumentar las reservas grasas para ser utilizadas en las épocas de hambrunas que de buen seguro debían de sortear.

  Pero ahora, saltemos a nuestra época de opulencia, donde ya no existe esa carencia de alimentos, y donde no se producen ayunos prolongados como antaño ocurría. Pensemos en el mecanismo de resistencia a la insulina y la leptina, en un entorno como el actual. Creo que sobran las explicaciones de las consecuencias desastrosas que nuestro genotipo, diseñado en aquel entonces, está causando en nuestro metabolismo.

  La RI ha pasado de ser un mecanismo fisiológico a un mecanismo patológico debido al aumento en la cantidad de los alimentos ingeridos. Cuando consumimos alimentos en exceso, y principalmente derivados de los Hidratos de Carbono, nuestros niveles de glucosa en sangre aumentan mucho, por lo que la insulina ha de ser secretada por nuestro páncreas con el fin de mantenerla dentro de unos parámetros adecuados, cuánta más glucosa más insulina, lo que redunda finalmente en un mayor acumulo de grasa en nuestro tejido adiposo. Lo que antes era una ventaja ahora se ha convertido en una patología que se llama obesidad, la cual desencadena en otra series de trastornos como es el Síndrome Metabólico (SM) y la diabetes tipo II, pero éste mecanismo de resistencia a la insulina surge en la actualidad por motivos bien distintos a los de aquel entonces, mientras que en el paleolítico surgía como un mecanismo benéfico para soportar con mayores garantías de supervivencia en las épocas de hambrunas, hoy en día surge por motivos opuestos derivado de una sobrealimentación

   Pero veamos como la obesidad, contribuye a fomentar esa resistencia a la insulina, para ello hemos de pensar en el tejido adiposo no simplemente como un mero almacén de energía sino también como un órgano endocrino como puede ser el páncreas, o la tiroides, pues es capaz de emitir no solamente hormonas (como la leptina) sino también un gran número de moléculas de señalización. 

   Parece ser que la evidencia científica está señalando a los ácidos grasos libres (AGL), (y también diversas moléculas de tipo inflamatorio) como los auténticos culpables, los cuales al introducirse en el interior de las células musculares y hepática son capaces de inducir dicha resistencia, pero solo si  se acumulan como diacilglicerol o cerámidas, u otras especies intermedias, en lugar de hacerlo como  triglicéridos. Y ahora la pregunta que nos hacemos es como llegan esos AGL a éstos tejidos. La respuesta parece estar en nuestro tejido adiposo, donde en un momento dado, debido a su rápida expansión llega a carecer del suficiente aporte sanguíneo, por lo que el adipocito empieza a experimentar un fenómeno de hipoxia (falta de oxigeno, debido a una escasa circulación sanguínea), con lo que se inicia un programa de muerte celular, lo que genera una serie de señales a los monocitos para que se infiltren en éste tejido, que convertidos posteriormente en macrófagos, emiten una serie de factores inflamatorios así como los mencionados AGL.


  A continuación vamos a ver como influyen éstos AGL en la aparición de la RI. El mecanismo normal de la insulina es el siguiente, cuando aumenta los niveles de glucosa en sangre, el páncreas secreta insulina, la cual se une a su receptor en la célula y  fosforila la proteína IRS, que tiene como acción principal la traslocación de los transportadores GLUT-4, permitiendo la entrada de glucosa en la célula. Pero la entrada de éstos  AGL y células inflamatorias,  activan grupos fosfatos sobre la proteína IRS y la inactivan, por lo que la cascada de reacciones para facilitar la entrada de glucosa en la célula se detiene, lo que significa que nos hacemos resistente a la acción de la insulina. Como consecuencia de todo ello, disminuye la captación de glucosa por el tejido periférico y aumenta la incapacidad de la insulina para evitar la gluconeogénesis hepática (cada vez hay más glucosa). Lo que a larga degenerará en un Síndrome Metabólico, seguido de diabetes tipo II. (Parece ser que ésta resistencia a la insulina solo afecta al almacenamiento de nutrientes y no a su factor de crecimiento).

 Con todo lo visto hasta ahora, creo que la mejor alternativa a la que podemos optar es aquella para la cual nuestro diseño genético está programado, de tal forma que para retomar ese equilibrio perdido, hemos de buscar unos patrones similares a los esbozados en ese momento de nuestra evolución  y éste no es otro que una dieta basado en sus mismos alimentos a los que por otro lado nos encontramos perfectamente adaptados y además implementar periodos de ayunos como una de las estrategias más eficaces para mantener esa homeostasis energética que nos pueda devolver ese potencial que realmente todos poseemos.


   



  










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