Frases como: "sin sufrimiento no hay ganancia", tan de moda puesta ahora en el mundillo del fitness o en determinadas tendencias deportivas que pretenden hacer del extremo una forma de vida, resultan un tanto lapidarias para muchos ingenuos que quieren ver en ello la señal del camino correcto. Nos hacemos esclavos de nuestras expectativas infladas sin percibir que el daño ocasionado por nuestra inquietud trascendente nos lastra irremediablemente al suelo que pisamos. Y en vez de volar nos arrastramos, día tras día, siguiendo eslóganes deliberadamente equivocados, porque el que busca y no encuentra, desespera, y la desesperación vende. De eso se trata. Compramos humo a precio de oro, y como no funciona seguimos comprando; buscando fuera lo que dentro no impera. Y en este desgaste es cuando pensamos ¿serán mis hormonas las que se han agotado? Sin duda debe ser eso, y mis niveles de testosterona se han acabado...
Y de testosterona y síndromes, va este post...
Después de esta introducción un tanto poética, que espero a más de uno le haga reflexionar, vamos a hablar de testosterona, la hormona masculina por excelencia, aclamada por los deportistas del hierro por los incrementos de fuerza y, presumiblemente, de hipertrofia muscular que ocasiona. Venerada como si de una auténtica divinidad se tratara, otorgando con su pulgar, a modo de emperador romano, la gracia o la desgracia.
Pero no hay supremacías entre nuestras hormonas, en todo caso, la supremacía obedece al equilibrio (en grande y rojo para que se vea). No podemos disparar los niveles de alguna de ellas para disponer exclusivamente de sus efectos positivos, obviando lo negativo que dicho despunte procura. Siempre que hablemos de hormonas debemos pensar en ello. Cada una juega un rol importante dentro de nuestro organismo, tocando en su conjunto una melodiosa armonía; si una se desmarca del resto el resultado podría ser catastrófico. La salud es siempre equilibrio y nuestras hormonas son los componentes químicos que la expresan.
Nuestra vida diaria requiere el compromiso de todas y cada una de ellas: testosterona, cortisol, insulina, adrenalina, noradrenalina, hormona del crecimiento, glucagón, hormonas tiroideas..., por nombrar algunas pocas, trabajan de manera intrincada para posibilitar que esas actividades se realicen adecuadamente. Tocando suaves melodías en las moderadas y frenéticas cuando la intensidad elevada así lo requiera. Pero siempre en equilibrio. Sus efectos son tantos, y las relaciones que se establecen, entre unas y otras, tan profusas, que determinar exactamente la melodía que se produce en cada momento resulta extremadamente complicado. Y si complicado resulta en un estado de equilibrio, mucho más difícil es aún poder entender la partitura que suena cuando la estridencia evidencia la desconexión de unas con otras.
La cuestión es que muchos ansían disparar los niveles de algunas obviando la letra pequeña que esta decisión conlleva. Hablo por supuesto de la química de laboratorio. Es una enorme tragedia lo que está sucediendo en la gran mayoría de los gimnasios con el uso desaforado de estas sustancias que encuentran cabida en egos ya destruidos. Una auténtica lástima... Pero, es lo que hay.

Estoy convencido que mucha gente estaría entusiasmada con poder aumentar los niveles de testosterona y/o disminuir la producción de globulina fijadora de hormonas sexuales, y comprarían cualquier producto que prometiese hacerlo. Sinceramente, fuera de los casos químicos mencionados, creo que antes que gastar dinero en algo que ofreciese esas supuestas propiedades, habría que ver qué podría estar menoscabando una producción normal, en caso de que eso esté ocurriendo.
La testosterona puede considerarse como un sensor de tu estado "vital", de tus niveles de energía... Muchos piensan que el culpable de su falta de libido, de su decaimiento, de su escasa masa muscular o su fragilidad ósea se debe a una baja producción de testosterona, y puede que tengan razón, pero, lo que sí hay que tener claro es que tu cuerpo no ha dejado de producirla para fastidiarte, ¡seguro! Cuando esto ocurre siempre hay que buscar el motivo o los motivos que se asientan detrás de una baja producción de andrógenos y no empezar a consumir indiscriminadamente equis sustancias con el fin de aumentar sus niveles (¡Ojo! También puede haber determinadas patologías que causan hipogonadismo, pero no son objeto de este post)
Esa primera causa de la que hablo, podría variar en función de la persona. Aún así, se podría encontrar un nexo común entre todas ellas, a la que podríamos estimar como la causa subyacente (¿primera causa...?)
Bueno, no podemos considerar lo mismo una persona que entrena asiduamente, con un bajo porcentaje de grasa corporal, que una persona sedentaria y un elevado IMC; ni tampoco es lo mismo tener "veintipocos" que "cincuentaymuchos". Y esto es por poner solo unos pocos ejemplos de como nuestras circunstancias personales pueden hacer variar las concentraciones de testosterona.
Veamos alguna de las posibles causas que pueden estar detrás de una baja producción de testosterona viendo algunos ejemplos
En un primer grupo podríamos encontrar a ciertos deportistas, en concreto, aquellos que siempre están empeñados en la mejora de su rendimiento; que se muestran infatigables ante entrenamientos duros, diarios y prolongados. El problema de tanta motivación es que pueden arrastrar su físico a un estado de catabolismo permanente, algo poco deseable, y aunque no suele evidenciarse problemas al principio, tarde o temprano, ese desgaste, acaba pasando factura. Y me da igual el deporte que sea; el filo siempre es sutil cuando se lleva el cuerpo al límite. Tenemos que pensar que cualquier alteración de la homeostasis metabólica puede conllevar un aumento de los niveles de cortisol. En el gráfico de arriba, vemos como testosterona, por un mecanismo de retroalimentación negativa, consigue a nivel central regular sus propios niveles, pero otras hormonas también pueden ejercer un control sobre el eje hipotalámico-hipofisario-gonadal (HHG) indicándole al cerebro cuando resulta "innecesaria" su producción.

Pero el estrés no es una cuestión que afecte solo a ciertas personas predispuestas; nadie está exento, de hecho, lo más normal es sufrirla por partida doble. Cualquier alteración de la homeostasis puede ser considerada una agresión y, como tal, el cuerpo establece una defensa, lo que conlleva la secreción de glucocorticoides; esto no debe ser considerado, en principio, como algo nocivo. Las adecuadas fluctuaciones, que se producen entre anabolismo y catabolismo, son fundamentales para nuestra existencia, el problema es más bien quedarse "pillado" de modo permanente en alguna de ellas. Y cuando dije que el estrés puede afectar a cualquier persona por partida doble, es que, además del estrés físico, propiciado por las exigencias de nuestro deporte, también podemos ser vulnerables al estrés psicológico, social o incluso emocional; pero no paramos ahí, ¡qué va! También se podría sumar el estrés que provocan las dietas restrictivas que reducen drásticamente las calorías y/o los hidratos de carbono, algo, por desgracia, demasiado frecuente. En esta situación, una disminución acusada de la glucosa conlleva un aumento de hormonas contrarreguladoras y el cortisol es una de ellas. Es lógico, el cuerpo percibe los bajos niveles de glucosa como una agresión en toda regla y, en consecuencia, predispone a un cambio en el metabolismo para favorecer su producción, pero, si la situación se enquista podemos llegar a afectar el eje HHG, como hemos visto, y también el eje HH-tiroideo, disminuyendo la producción de la hormona T3, al no haber la suficiente cantidad de insulina para convertir la hormona T4 en su forma activa T3. Y es que la insulina resulta imprescindible para estimular directamente la producción de testosterona e inhibir, a su vez, las concentraciones de SHBG (aquí). Aunque en este apartado del estrés, habría que hacer un hueco para incluir la influencia que ejerce el sueño inadecuado (por calidad y/o cantidad) en la reducción drásticamente de las hormonas sexuales (aquí). Aunque no se sabe que fue antes, si "la gallina o el huevo", porque los bajos niveles de testosterona disminuye la calidad del sueño (aquí)
Pero si complicado resulta mantener unos niveles óptimos de testosterona para determinados deportistas exigentes. Mucho más complicado lo van a tener aquellos que prefieren prescindir de la actividad física en su vida diaria. Es lógico, el cuerpo trata de adaptarse a los retos diarios, y el trabajo de fuerza es una de las mejores forma de incrementar de manera natural los niveles de testosterona (aquí, aquí) Aunque no solo es cuestión de entrenamiento; la vida sedentaria y el exceso calórico podrían favorecer un incremento progresivo del tejido adiposo. Este es, en realidad, uno de los mayores peligros para conseguir mantener los andrógenos en valores aceptables.
Cuando, el tejido adiposo se convierte en nuestro compañero inseparable de viaje, la testosterona se "bate en retirada". Si en el punto anterior, los glucocorticoides podrían ser parcialmente responsables de la disminución de las hormonas sexuales, en la obesidad, además de la hiperactivación del sistema nervioso simpático que sucede en algunos casos, habría que añadir otras particularidades que podrían hacer peligrar las concentraciones de testosterona. Efectivamente, la obesidad, además de producir una elevada expresión de la enzima aromatasa que convierte la testosterona en estradiol (E2), principal estrógeno femenino, también puede contribuir a un estado pro-inflamatorio. De este modo, nos encontramos que niveles elevados de E2, junto a una mayor producción de citoquinas proinflamatorias, como TNF-α o IL-6, podrían suprimir, a nivel hipotalámico, la hormona liberadora de gonadotropina o GnRH, disminuyendo la liberación la FSH y LH en la hipófisis y, consecuentemente, también la testosterona. Pero, la obesidad, además, proporciona niveles más elevados de leptina, y aunque en condiciones normales esta hormona debería favorecer la liberación de GnRH, la resistencia que se produce a nivel central de esta hormona promueve finalmente una menor liberación de andrógenos (aquí). También, la inflamación de bajo grado puede causar resistencia a la insulina, la cual está asociada con una baja producción de testosterona (aquí) Pero, seguimos..., la obesidad puede disminuir los niveles de vitamina D, tal vez, por su deposición en el propio tejido adiposo (aquí), y esto también se relaciona con bajos niveles de testosterona (aquí). Hay que considerar que la vitamina D puede disminuir la expresión de la aromatasa, por lo que, indirectamente, podría favorecer aumento de la testosterona. Esta asociación positiva que se establece entre la vitamina d y la testosterona (aquí) puede servir para corregir una posible deficiencia de la primera que redunde en una mejora de la segunda, lo que podría disminuir, a su vez, la inflamación, aumentando con ello la sensibilidad a la insulina. Al igual que hay espirales destructivas, también podemos cambiar el sentido de estos procesos para que favorezcan los saludables. Lógicamente nada habrá mejor que disminuir el tejido adiposo para alzar esos valores de testosterona. Claro que, al hacerlo, también podríamos meternos de lleno el grupo anterior, y a los efectos que causa el exceso de tejido adiposo sobre la testosterona habría que añadir, tal vez, los perjuicios de los entrenamientos muy exigentes y prolongados, el bajo consumo de calorías o hidratos de carbono, la falta de horas de sueño adecuado, el estrés crónico en cualquiera de sus variantes, etc, etc; y por supuesto, la edad. Ella siempre juega en contra de nuestras intenciones en esta partida.
Efectivamente, el envejecimiento, constituye otro de los grandes lastres para mantener unos valores adecuados de la testosterona (aquí, aquí, aquí). De hecho, la claudicación de los niveles de testosterona evidencia el verdadero declive del proceso natural que es la vida. Pero, algo se puede y se debe hacer...
Al principio de este post hablé de una causa subyacente, de un nexo común entre todas estas circunstancias que atentan contra los valores superiores de la hormona masculina. Repasemos ahora alguna de las cuestiones que ya hemos esbozado como posibles causas de una secreción disminuida de la testosterona:
- ESTRÉS CRÓNICO, en sus múltiples variantes.
- OBESIDAD, principalmente de tipo visceral.
- RESISTENCIA A LA INSULINA.
- ENVEJECIMIENTO
Pensemos ahora en alguna situación que pueda englobar todas las características que escribo a continuación:
- Aumento de los niveles de cortisol
- Disminución de la testosterona
- Aumento del tejido adiposo.
- Disminución de la masa muscular.
- Aumento de la inflamación.
- Aumento de la resistencia a la insulina.
- Cambios en la microbiota intestinal (aquí)
Y para ello habría que..., bueno, mejor lo dejo para el próximo post
Muchas gracias de nuevo por este gran post.
ResponderEliminarDormir bien a las horas adecuadas, comer y moverse como sabemos, solearse y tomarse la vida con calma y mucha filosofía. A ver si así mas que ralentizar las agujas del reloj biológico vivimos mejor lo que nos quede de vida.
Esperando el próximo post...
Un abrazo.
Así es, tan sencillo como lo expones y tan complejo llevarlo a la práctica.
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